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Los derechos de la Naturaleza

Gudynas, Eduardo. Buenos Aires: Tinta Limón, abril 2015

Muchas veces se ha comparado a los libros con puertas o ventanas que conducen a otros estados emocionales e intelectuales. En el caso de Derechos de la naturaleza, del investigador uruguayo Eduardo Gudynas, se podría decir que la puerta o ventana que se abre nos conduce a otro estado de humanidad. O derechamente: a otra humanidad.

Después de leer las 306 páginas de este volumen, queda la sensación de que, como nunca antes, la especie humana ha logrado articular (por fin) una nueva conciencia (global), la cual ya ha entrado en acción. Parafraseando a Mc Luhan, hablamos de “una nueva corteza terrestre, un nuevo sistema nervioso planetario”, cuya principal virtud es la desmitificación total del antropocentrismo como paradigma de desarrollo.

A través de un lenguaje simple, que no abusa de los tecnicismos, Gudynas construye en este texto una línea argumentativa que, si bien apunta a cuestionar el actual modelo de crecimiento económico, finalmente desemboca en lo que constituye la idea fuerza del libro: la existencia y el necesario reconocimiento de los derechos (inherentes) de la naturaleza, en cuanto a especies vivas y ecosistemas.

Al respecto, resulta muy decidor el Capítulo 1, “Los valores y la naturaleza”, donde se establece que lo que está en juego son justamente valoraciones sobre el entorno. En ese sentido, se señala que la valoración económica no es la única valoración que existe respecto del ambiente. Hay otras valoraciones relacionadas con lo estético, lo cultural y lo histórico, que en el orden actual, están subyugadas a lo económico, que actúa como escala única de valores respecto al medioambiente y sus recursos: estos deben necesariamente traducirse en un valor de mercado para poder, incluso, conservarse o protegerse. Aquí radica el elemento fundamental que propone el libro: comprender que los valores propios presentes en los seres vivos y el ambiente, son independientes de los intereses y utilidades humanos. Se trata de una postura que confronta no solamente la valoración economicista de la naturaleza, sino también el derecho de los seres humanos a otorgar valoraciones. Porque, ¿solo nosotros podemos otorgar valores al ambiente, pues estos están esencialmente referidos a nuestra utilidad? ¿O existen valores intrínsecos independientes del humano? ¿Qué es objeto o sujeto de valor y cómo se expresa?

Esta crítica frontal al antropocentrismo encuentra en la propuesta del biocentrismo una salida coherente y justa: la vida es un valor en sí misma, y tanto los seres vivos como los ecosistemas donde ellos desarrollan sus procesos vitales tienen el derecho a continuar con esos procesos vitales. Es más: el autor destaca que la defensa de esos valores intrínsecos puede superponerse con quienes afirman que los demás seres vivos se valoran a sí mismos, aunque lo hacen dentro de sus capacidades cognitivas y sintientes.

Como vemos, se trata de otra humanidad, donde el ser humano deja de sentirse superior al resto de las especies y se sitúa respetuosamente frente a ellas. Pero también se podría decir que estamos frente a un cuento viejo, pues lo que se cuestiona es la excesiva presencia del mercado en nuestras vidas: todo y todos tienen un precio, y todo es, finalmente, mercancía.

Sin embargo, la excelente documentación histórica que aporta Gudynas, sumado al análisis de experiencias concretas como el proceso constituyente en Ecuador –que termina reconociendo los derechos de la naturaleza–, hacen de este libro un bello y poderoso manual para entender y dimensionar la nueva humanidad que necesitamos levantar.

Conceptos como ética ambiental, justicia ecológica, construcción del giro biocéntrico, derechos y ciudadanía, van conformando un relato muy propositivo, que se solidifica de manera perfecta al momento de confrontarlo con la realidad latinoamericana. No en vano el libro parte con un duro análisis del actual momento continental, donde, por ejemplo, nos enteramos que la mayor pérdida de bosques tropicales ha tenido lugar en América del Sur, y que la extensión de la frontera agropecuaria tiene degradado el 14% de los suelos del continente.

Si a aquello sumamos el creciente uso de agroquímicos y los contaminantes procesos de la minería y las industrias forestales y petroleras –por nombrar algunas–, con el consiguiente deterioro y amenaza de especies y ecosistemas, nos damos cuenta que la aparición de esa otra humanidad es urgente, y que, dentro de esa urgencia, los movimientos sociales y las comunidades tienen un rol absolutamente protagónico e ineludible. De nosotros dependerá.





Por Absalón Opazo Moreno

Desde Valparaíso, Chile

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