De la Ciudad a los Márgenes
La mujer de los perros (2015)
Dirección: Laura Citarella y Verónica Llinás Fotografía: Soledad Rodríguez Música: Juana Molina
Buenos Aires, Argentina. A no demasiados kilómetros de la concentración urbana, de ese fenómeno vivo y permanente que es la ciudad, hay una mujer solitaria. Aunque alejada de los miles de humanos que se ocultan y confunden en el anonimato del tumulto, ella también es anónima. Vive junto con una jauría de perros en un rancho construido por sí misma que va modificando con la llegada de las estaciones. Se trata del film argentino La mujer de los perros (2015) co-dirigida por Laura Citarella y Verónica Llinás. La película muestra al desnudo el abismo que, como señalaba en el siglo pasado el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, existe entre la ciudad y la naturaleza. En principio, la naturaleza no es aquí el telón de fondo, el espacio pensado como ajeno al personaje o como escenografía, sino que, por momentos, ambos se funden en una misma esencia: la mujer, los perros, los instintos, los sentidos, el clima. Esta mujer (interpretada elogiosamente por la mismísima Verónica Llinás) de la que no sabemos ni su nombre ni su pasado, es el contraejemplo del hombre moderno. Alejada de la ciudad y por tanto, de la sociedad y el dinero, los cambios climáticos son los que guían el ritmo de sus días. La soledad y el desamparo indican que, para la ciudad, esta mujer vive en un no-lugar, en un no-tiempo y quizás ni siquiera exista. En el margen de todo –del tumulto y de la misma humanidad–, la mujer pareciera sumida en una temporalidad y percepción ajena a la de aquellos transeúntes del centro con los que convive en mínimas ocasiones. Al fin y al cabo, tanto los perros como la protagonista viven el presente. Sin duda, La mujer de los perros se inscribe en una estética naturalista. Ya decía Gilles Deleuze (1984) que “el naturalismo no se opone al realismo, por el contrario, acentúa sus rasgos prolongándolos en un surrealismo particular”. Abundan en el film las panorámicas y planos generales que cumplen una función fuertemente contemplativa, a lo que se le suma una cámara que sabe ser distante e intimista al mismo tiempo. Muchas de las críticas que se publicaron sobre La mujer de los perros señalaron la melancolía y tristeza de la soledad. Sin embargo, considero que este film fuertemente poético que intenta evitar cuestiones políticas, construye su universo y la psicología de su personaje desde la libertad y la aceptación. Excepto cuando la protagonista tiene fiebre y alucina (o sueña) que alguien la cuida –quizás un recuerdo de la infancia–, la mujer demuestra no necesitar de otros. Si hay algo ausente en el film es el juicio de valor y la dramatización. No se juzga a esa mujer por la vida que lleva. La cámara tan solo la observa. Quizás hablar de tristeza no sea más que la afección de una mirada estructurada por la vida en sociedad. De hecho, las contadas veces que la mujer se acerca a la civilización y se relaciona con otros humanos (la consulta al médico, la visita a la amiga, la relación sexual con el gaucho), lo hace des¬de un lugar distante: está ajena, en los márgenes, y al mismo tiempo, es soberana de sus decisiones. En definitiva, el film nos permite reflexionar sobre la tensión entre la ciudad y las afueras, la aceleración y el silencio, el shock y la tranquilidad. Distintos espacios, distintas concepciones del tiempo. La mujer de los perros evidencia una vez más que el lenguaje verbal como forma expresiva no es imprescindible en el cine (casi todo el film está carente de diálogos), que al margen de la narrativa clásica se puede hacer otro cine, más sensorial quizás, donde el foco no está puesto en la acción sino en el fluir, en el eterno presente.
Camila Pose
Desde Buenos Aires, octubre 2015